Dr. Eduardo López Corella
Mesa Directiva 18: 1983 - 1984
Los antecedentes.
El bienio que me tocó presidir, junto con Juan José Szymanski y Arturo Ángeles y nuestros tres vocales, nuestra Asociación Mexicana de Patólogos fue parte de la transición generacional. A lo largo de su ya prolongada trayectoria, la Asociación ha sido en general, como es natural, presidida por generaciones. Con algunos saltos para atrás en los que reaparecen personajes de generaciones anteriores. Estos han sido los casos, muy notables, de Edmundo Rojas, Chuy Aguirre, Pati Alonso, Héctor Abelardo Rodríguez y otros, que han sido en general gestiones muy lucidas, que conjuntaron la experiencia y las relaciones transgeneracionales de los personajes. Y algunos quizás se han adelantado un poco, como fue el caso de la algo problemática gestión de Luis Salinas. Pero en general, han sido relevos generacionales ordenados los que han estado al frente de nuestra Asociación. Y dentro de esta sucesión ordenada y predictible de generaciones, resultaba que con frecuencia eran candidatos únicos, que no se enfrentaban a elecciones, sino que la sucesión se veía precedida por un periodo de cabildeo y a la postre resultaba un candidato de consenso. Los de esa generación no se peleaban por el puesto; sabían que les tocaría.
El cambio generacional.
Fue en ese tenor que Jorge Albores, hacia el final de su gestión, le propuso a Cecilia Ridaura que se manifestara como candidata. Ya Cecilia hará el relato de su gestión, pero era claro que significaba, además de ser la primera mujer que presidía la Asociación, que inauguraba la presencia de nuestra generación y así, siguieron las gestiones de Héctor Santiago, la mía y la de Jorge Fernández Díez, que éramos lo que estábamos más a mano. Otros como Carlos Larralde, Roberto Alegre, Paco Vadillo, Arturo Rosas, Manuel Altamirano, Memo Alfaro, Esteban García Montemayor, Paco Funes, Arturo Espinosa, Chicho Espino, Arturo Vargas Lévaro, Mínor Vargas Baldares, Pedro Brull y otros más, se encontraban fuera del país o muy alejados de la capital, otros dedicados a otras actividades alejadas de la patología asistencial y otros más, por diversos motivos, habían perdido contacto con la Asociación.
Este nuevo estilo generacional se expresó de diferentes maneras, pero una muy importante fue la creación, por Cecilia Ridaura, del BOLETIN de la AMP. Ya para entonces, durante la gestión de Luis Benítez, el antiguo Boletín de la Asociación Mexicana de Patólogos se había transformado en una Revista con toda la barba y Luis Benítez formalizó esto creando la Revista PATOLOGÍA. Hacía falta, entonces, un instrumento de información continua, ágil y sencillo, que diera cuenta de las actividades cotidianas de nuestra corporación. El Boletín que diseñó Cecilia, en febrero de 1979, dos o tres hojas que se plegaban y engrapaban y quedaban listas para depositarse en el correo, salía cada dos meses y llenó esta función a cabalidad. Informaba de reuniones pasadas y venideras, listaba los diagnósticos de los seminarios de laminillas, anunciaba ingresos de socios, reproducía los informes de las mesas directivas y comentaba sobre una diversidad de asuntos de interés para los asociados. Su virtud era su sencillez y su frecuencia, mensual o bimestral. Se convirtió en la crónica de la vida cotidiana de la Asociación y aun hoy, casi cuarenta años después, es un documento que permite reconstruir, minuciosamente, aquella época. Su aplicación duró tres gestiones, la de Cecilia con Raúl Mancilla, Jorge Fernández y Oscar Larraza, la de Héctor Santiago, conmigo y con Fernando de la Torre, y la mía con Juan Jesús Szymanski y Arturo Ángeles. Después de eso, equivocadamente en mi opinión, se trató de mejorar algo que ya funcionaba. Se imprimió profesionalmente, con papel de alta calidad y fotografías. Y con frecuentes textos de opinión y análisis sobre nuestra realidad profesional. Inolvidables ensayos de Óscar Larraza y de Luis Muñoz. Pero ya no salía cada mes o dos. Ya no “daba un pormenor de los que a nosotros nos pasaba” Se estaba convirtiendo en otra Revista. Y costaba mucho más trabajo hacerlo. Y era más caro.
Dos textos fundamentales aparecen en ese renacimiento del Boletín. “El Boletín no tiene quién le escriba” probablemente escrito por su editor, Óscar Larraza (Boletín Informativo # 43. Julio 1995) y “El Boletín en sus primeros 20 años” (Boletín Informativo # 54.Abril 1999) que adivino escrito por Luis Muñoz. Desapruebo de los textos no firmados. Cuando son Editoriales uno los atribuye al Editor, pero no necesariamente es así, como en el segundo de los ejemplos que cito. Pero ya nos estamos yendo por las ramas. No se trata de hacer, por ahorita, una historia del Boletín. Todo esto era para decir que nosotros conservamos el Boletín como había sido en las dos gestiones anteriores.
La gestión nuestra.
Expansión de la Mesa Directiva.
En esta gestión, y en consonancia con una comunidad de patólogos ya muy extendida y cada vez más organizada en todo país, creímos oportuno pedir la ayuda de nuestros amigos Jesús Sifuentes Guerrero, de Reynosa, de Roberto de León Caballero, de Hermosillo y de Alberto Ruiseco Ruiz de Veracruz para que formaran el grupo de vocales; esto resultó de gran ayuda para nuestra comunicación las diferentes asociaciones y para la organización de nuestras Reuniones Anuales. Esto se apartaba de la integración tradicional de la mesa directiva con un solo vocal y ha propiciado una cada vez mayor complejidad en las directivas que nos siguieron.
Nuestras reuniones anuales (La Reunión Anual en Provincia, de entonces.)
Los sucedidos externos que ciertamente matizaron a nuestra gestión fue la crisis económica manifestada como una serie de devaluaciones. En la gestión anterior, con Héctor Santiago, y disfrutando de la estabilidad económica que nos legó la administración anterior, con Cecilia Ridaura y Óscar Larraza, pudimos hacer Reuniones Anuales notables en La Paz y en Mérida. Al cambiar la situación económica, resolvimos volver a nuestras antiguas sedes cercanas e históricas, Morelia con la generosa ayuda de Mario Alvizouri y en San Luis Potosí con la tabla de salvación que fue el che Costero (también conocido como el Dr. Cesáreo Costero); hicimos Reuniones austeras que resultaron espléndidas.
Nuestra intención era hacer la Reunión en Aguascalientes, donde nunca había sido y contaba con el entusiasta apoyo de mi amigo Camilo Apess. Sin embargo, no se pudieron concretar los apoyos locales a pesar del mucho esfuerzo invertido por Camilo, en ese entonces el único patólogo en Aguascalientes. Tuvimos que convencernos que no era posible hacer la Reunión en Aguascalientes y, ya a destiempo, recurrimos al Che Costero que ya, a la hora veinticinco, organizó en forma impecable nuestra XXVII Reunión Anual en Provincia en San Luis Potosí en 1984. Años después, en 1997 y ya con el apoyo de un nutrido elenco de patólogos locales, Arturo Ángeles logró hacer un memorable, ya para entonces cuadragésimo, Congreso Anual de Patología en Aguascalientes.
Nuestras reuniones reglamentarias mensuales.
Siguiendo la dinámica implantada por Héctor Santiago en el bienio anterior, nuestras reuniones desarrollaron en meses alternos presentaciones de los viernes, de trabajos originales de los diferentes grupos institucionales, con seminarios de laminillas sabatinos. Esto en consonancia con la intención expresa desde la gestión de Cecilia Ridaura de que nuestra actividad académica no se viera reducida a la presentación de casos, ciertamente actividad sustantiva del patólogo y muy cultivada por todos nosotros, pero sin descuidar los esfuerzos de más largo aliento. Pudimos así enterarnos de lo que hacían, además del trabajo diagnóstico de día a día, nuestros compañeros en los diferentes hospitales, asistimos también a presentaciones multi institucionales sobre temas específicos y recibimos a nuestros colegas dedicados a la patología experimental.
Las relaciones entre asociaciones y sociedades.
A lo largo de nuestro bienio continuó la consolidación de la patología nacional; las antiguas Ramas se habían convertido Asociaciones o Sociedades, del Centro, del Noreste, la Jalisciense, cada una con su fisonomía propia. En nuestra gestión nos tocó ver nacer a la Asociación de Patólogos del Noroeste que agrupa a los colegas de Sinaloa, Sonora, Baja California Norte y Sur. Esta agrupación anunció su formación en la Reunión Anual número 26 en Morelia y en nuestra última Reunión Anual, la 27 en San Luis Potosí ya hubo un Foro de Discusión (no un “Coro”, como apareció en el Boletín, en aquella ya remota fecha) un Foro de Discusión sobre La Patología Nacional, con la participación de los presidentes de las diferentes Asociaciones.
La celebración de los 30 años de la AMP.
A lo largo del año de 1984 se hizo constante referencia a nuestro trigésimo aniversario, que culminó el sábado 30 de junio con un magno evento en el auditorio del Instituto Nacional de Cancerología donde nos recibió Alejandro Mohar y disfrutamos con un memorable Seminario, “a teatro lleno” ( como consigna, ahora sí correctamente, el Boletín ), de nuestro recordado Mario Armando Luna sobre “Lesiones secundarias a quimioterapia antineoplásica” que fue seguido de un cálido brindis y una inolvidable convivencia. Por aclamación se nombraron Socios Vitalicios de esta Asociación al propio Dr. Luna y al Dr. Alberto Ayala “por sus generosas contribuciones al desarrollo de la Patología Mexicana”.
El paso de estafeta.
El viernes 25 de enero de 1985 presentamos nuestros informes de presidencia y tesorería y presenciamos la toma de posesión de la XIX Mesa Directiva presidida por Jorge Fernández Díez, con Fernando de la Torre como Secretario y Paolo Di Castro como tesorero.